Software gratuito – Adolescentes
En el mundo de los ordenadores, al igual que en otros apartados de la vida, es posible encontrar productos que tienen una misma finalidad y cuyos precios varían desde algo difícilmente alcanzable hasta la gratuidad.
Podemos encontrarnos pequeñas muestras gratuitas para observar la bondad del programa disponible pagando un precio fijado por su proveedor de la misma forma en que en algunos supermercados se nos oferta probar un nuevo yogur.
Hay diferentes motivaciones para ceder gratuitamente al mundo un producto, desde que sirva de muestrario de lo que es capaz de hacer una versión “superior” al mismo, hasta un espíritu de compartir el conocimiento.
Pero, sea cual sea el motivo de la existencia de un programa gratuito, lo que debe de primar es si el hecho de usarlo satisface las necesidades que podamos tener. Por supuesto que podemos querer ser coleccionistas de miles de programas gratuitos, sea cual sea su utilidad, y tenerlos almacenados en nuestro equipo usando la capacidad del mismo sin llegar a haberlos ejecutado en ninguna ocasión, pero, salvo que sea el caso, lo aconsejable es cubrir nuestras necesidades según surjan y con aquel producto en el que la calidad de su acabado sea la requerida para nosotros.
Comenzando por el sistema operativo que necesitamos para poder interactuar mínimamente con el ordenador y continuando con aplicaciones que nos permiten redactar textos o realizar cálculos matemáticos, escuchar música, ver archivos de vídeo, retocar fotografías… hay disponible en el mundo productos por los cuales su desarrollador ha decidido que quiere una compensación económica mayor o menor y productos con funcionalidad equivalente en muchos casos en los que los desarrolladores han decidido que tienen suficiente con el reconocimiento de su obra y que consideran que el libre intercambio del conocimiento y de las obras realizadas en base al mismo, respetando una serie de normas, facilita un enriquecimiento general y menos especulativo con el conocimiento.
Hemos de ser conscientes de que el creador de un programa tiene derecho a decidir si quiere o no una retribución a cambio del mismo y en qué condiciones. Del mismo modo que nosotros tenemos libertad para hacer uso o no del mismo, respetando sus condiciones.
Pero no todos los programas gratuitos son tales en un sentido estricto (dejando a un lado el hecho de que quizá no sirvan siquiera para lo que se publicita que sirven y sean la forma de introducir un código malintencionado en nuestro ordenador). Puede que el pago por el uso del programa lo estemos haciendo de forma encubierta debiendo suministrar nuestros datos para fines que, a pesar de haber sido informados de ellos, no sean simplemente facilitarnos el soporte del programa y nos “obliguen” a sufrir la remisión de publicidad de otros productos del suministrador o de otros fabricantes que hayan podido tener acceso a nuestros datos.
Tanto si hemos optado por adquirir una licencia de un programa como si hemos optado por hacer uso de un programa gratuito, hemos de procurar obtenerlo de una fuente fiable que, de alguna manera, supervise qué programas distribuye.
En muy contadas ocasiones es recomendable hacer uso de un programa que no cuente con un reconocimiento por parte de una comunidad extendida de usuarios.